martes, 2 de septiembre de 2014

Nuestro milagro se llama Valeria

Un día de septiembre del 2013 empezó un viaje que nos mostraría la verdadera naturaleza del amor de padres. Ese día en un segundo, tras un largo silenció, la vida nos cambio para siempre. Nunca más la familia que formamos con Mónica sería la misma. Ese día nos enteramos que Valeria sería especial, tenía una condición congénita, su crecimiento no era normal. 


Nos devasto... destruidos y confundidos buscábamos por todos los medios despertar de esa pesadilla. No había respuesta, parecía que el camino estaba trazado. Apretamos los dientes y doblamos las rodillas, nunca en la vida mi fe había estado tan aprueba. 
¿Realmente creía en que Jesús podía sanar a los enfermos? Y no aquellos enfermos lejanos, o aquellos que cuenta La Biblia...  Necesitaba que sanara a la más cercana, a quien estaba en el vientre de mi esposa! ¿Realmente El era la respuesta ? La situación absorbió todo absoluta y profundamente. ¿Dónde estaba Jesús? ¿Dónde podía encontrarle para que sanara a mi bebe? ¿Quien podía llevarme a El? 


El tiempo pasaba y las dudas y la desesperación nos atormentaban cada día, cada minuto. Nuestra voluntad hacia lo posible por hacer flotar nuestra Fe, esa que había renacido en un retiro mientras aún éramos novios. Esa fe que muchas veces hablo a otros de los pequeños milagros y transformaciones que habíamos vivido. Esta vez no pedíamos con paciencia, clamábamos por un milagro, aquí y ahora. 





En una reunión de confirmación de diagnóstico escuchamos el trueno que rompía todas las estructuras, toda nuestra Fe. El doctor nos comunicaba que la probabilidad era altísima de que el embarazo no llegará a término y que preparáramos todo para un servicio funerario. Todo se rompía y nada había que hacer, caíamos destruidos frente a su devastadora noticia. 

La ayuda no vino de los amigos o familia cercana, ni siquiera de la comunidad a la que pertenecíamos y menos del Padre que nos conocía y que lideraba la iglesia a la que asistimos por tantos años. Ese día devastados llorábamos frente al altar de la casa, el silencio de Dios nos abrazaba y la oscuridad nos envolvía. 

¿Dónde estaba ese Dios que nos había fortalecido? ¿Por qué nos pasaba esto?... Nos entregamos a la cruz y nos respondía el silencio. 

Llamamos a una pareja de amigos que sabíamos estaban cerca de Dios como último recurso entre la desesperación que ya controlaba todo. Ese día Dios nos hablo en ellos, teníamos que luchar, creerle a Dios, creer que podíamos ver la gloria de Dios. Ellos nos dieron un ejemplo de verdadera fraternidad al unirse a nuestro dolor, al unirse a nuestra lucha. Con ellos empezamos la lucha más fuerte que enfrentamos. La lucha espiritual. En ella y por ella nos absorbió una calma y paz que no entendiamos. La fe que teníamos empezaba a afianzarse en la Roca y nosotros experimentamos la famosa paz en la tormenta. Ya no llorábamos, esperábamos con Fe, esperando que Dios escuchara nuestro clamor. Junto a ellos aprendí a ayunar, aprendí a esperar de Dios y a creer que Jesús podía hacer todo lo que estaba escrito. 

Pasábamos por la peor pesadilla que cualquier padre puede imaginar  uno de nuestros hijos no llegaría a vivir, pero estábamos en paz, incomprensiblemente estábamos en paz, ya no llorábamos desesperados y cuando las dudas nos atacaban corríamos a leer las promesas de Dios plasmadas en la Biblia. Luchamos por no tener grietas en la fe, por vivir de ella. 

No era negación como algunos nos dijeron, no era vivir pensando que no podría pasar lo que temíamos. Era creer que Dios podía, si era Su voluntad mostrarnos Su Gloria, manifestar su misericordia en nuestra bebe. 

Tres meses después de perseverar, en una madrugada de noviembre nos enfrentamos, al día del nacimiento. Yo le repetía a Mónica que ese día veríamos un milagro, y vimos uno! Era ella y su fuerza! No lo descubrimos en el momento, porque nuestra Fe y entendimiento seguían clavadas en que nuestra plegaria era idéntica a la voluntad de Dios. Sentimos el NO de Dios como nunca, desconcertados y abatidos recogimos los pedazos de vida que nos quedaban, pero el milagro estaba allí, era ella con sus limitaciones físicas pero con el Alma más pura y la voluntad más recia que yo he conocido jamás. Venía con una misión, la más grande de todas, transformar a su familia y meterla por completo en el misterio del amor. 
Nuestro milagro tenía nombre, se llama Valeria.


Esta foto fue tomada con Valeria aun en el vientre, unos 15 dias antes de su nacimiento.

Parte 2: http://elmauku.blogspot.com/2014/09/nuestro-milagro-se-llama-valeria.html

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