miércoles, 3 de septiembre de 2014

Parte 2: Vivir el milagro y la misericordia de Dios.


Era como ver una película que no entiendes, en un momento un montón de sangre y en el siguiente estaba Valeria afuera, mi corazón daba brincos y mi mente trataba de darle sentido a lo que veía. Sus brazos y piernas eran pequeños, el doctor la cubrió rápidamente y la llevo a una sala contigua mientras yo veía angustiado todo. Fui detrás de ella mientras dejaba atrás a mi esposa que estaba en la sala de operaciones. Reanimaron a Valeria  y yo sentía cada palpitación pasar tan lentamente que sentía cada movimiento ventricular. El tiempo estaba detenido y yo ahí dándole sentido a lo que veía. Sin vivir, sin sentir, el corazón y la vida estaban tan lejos de mí como yo de los doctores que cuidaban a Valeria y Mónica. Yo en el limbo viendo a ambos lados sin moverme, inútil casi inerte. Regreso el doctor de ver a Valeria para indicarme su delicada condición, un tubo y una aguja fueron los brazos que la recibieron antes del beso de su padre. Ella empezaba a dar señales de su misión: vivir para transformar. 

Las lágrimas no fueron suficientes, mi mente quería gritar, la pesadilla estaba haciéndose más profunda. Aun dentro de la sala de operaciones y después de terminar de cerrar la operación de Mónica se acercaron a mí los doctores. Me dijeron que lo mejor era quitar la asistencia respiratoria a Valeria, fue como que me golpearan al pecho y la cabeza con un mazo… Tenía que tomar la decisión de dejar ir a mi hija… ¿Cómo podía tomar una decisión como esa? Sin tiempo para pensar dije que quería saber el pronóstico del genetista y también quería esperar a que mi esposa supiera para que juntos tomáramos la decisión. No puedo ni siquiera recordar cómo estaba parado, llame a mi amigo y doctor que nos había guiado tantas veces, su consejo se aplicó tantas veces a la vida de Valeria. “Si ella lucha hay que luchar con ella”.

Salí de la sala de operaciones y gracias a Dios mi hermano mayor me esperaba en la puerta, no sé si podría llegar más lejos sin su ayuda. La familia estaba reunida en la sala de espera y me toco explicarles la situación entre sollozos. Solo con la ayuda de la familia pude llevar las decisiones y tareas de esas horas que pasaban a cuenta gotas. Fue devastador contarle a Mónica la situación, y nos tocó acompañarnos para recoger los pedazos de nuestra fe y vida que habían sido destrozados cuando vimos que Dios tenía otros planes para nuestra hija y para nosotros.

El genetista nos indicaría que el caso de Valeria necesitaría un estudio genético pues no era uno común y por lo tanto no podía dar un pronóstico de Vida. La asistencia respiratoria era muy costosa e imprescindible para mantenerla con vida. Era necesario salir del hospital privado y buscar espacio en el hospital público del país. Fue la primera muestra de cómo Dios abriría las puertas para Valeria. Un proceso que duraría regularmente una semana (por decir lo menos), para ella duro medio día.

Un día después de su nacimiento salía con ella del hospital en una ambulancia para entregarla a otro hospital, yo me sentía absorto de todo, viendo las cosas a un metro de distancia posiblemente era la forma de manejarlo para no caer abatido por la situación. Entre a otro hospital, lleno de niños, sucio y  con largas colas. En este hospital encontraríamos nuevas reglas que hacían más difícil todo para nosotros. Se reducía nuestro tiempo con ella al tiempo de visita,  únicamente un par de horas diarias y solo en esa ventana podíamos saber sobre su evolución. Los doctores del IGSS de la zona 6 cuidaron a Valeria muy bien, nuevamente pude ver la fortaleza de mi esposa, recién operada, se levantaba todos los días para ver a su hija, y todos los días la dejaba confiando en que era ante todo la hija de Dios, estaba en Sus Manos y  El la cuidaría. Así pasamos navidad y año nuevo del 2013, corriendo todos los días a verla y decirle cuanto la amábamos. Las fiestas de fin de año las vivimos a medio corazón, tratando de vivir alegres pues teníamos a nuestra hija Sofía que no paraba a sus 4 años y por otro lado sin Valeria sentíamos sufrir con el simple hecho de estar despiertos.

Valeria pasó los primeros 56 días de su vida en el hospital. Unos días antes de su salida junto al doctor que la vería por los meses siguientes por relación a sus pulmones tuvimos los resultados de su diagnóstico genético.  Su condición era llamada displasia tanatofórica. El genetista nos explicaría que era mortal y que él nunca había visto un diagnostico porque regularmente morían antes de poder tomar una muestra para estudio. ¿Su pronóstico de vida? ¡Ya lo había superado! ¡El pronóstico era a lo mucho de una semana!  El milagro era que estuviera viva, y que aún no había sido operada como regularmente es indispensable con otros bebes con estas condiciones. Regularmente la traqueotomía es necesaria y después una válvula para su alimentación. Valeria salió del hospital con ayuda respiratoria pero era mínima.

Pasamos unas semanas de tensa calma aprendiendo a cuidarla, pero por fin la teníamos para quererla, su futuro era aún incierto y como vimos tantas veces después de los diagnósticos médicos: la última palabra la tiene Dios.

El calor del verano empezaba a hacerse sentir en los primeros días de febrero y sacamos una piscina inflable para que Sofía pudiera chapotear y distraernos porque no podíamos salir de la casa por los cuidados constantes que necesitaba Valeria. Mónica tenía una semana de atraso, el simple pensamiento de repetir los pasos que habíamos vivido con Valeria nos hacía escapar de la mínima idea de empezar nuevamente con otro embarazo.

Estaba junto a Sofía jugando en la piscina inflable cuando Mónica llego con una cara nerviosa y los ojos perdidos en el horizonte. Con voz temblorosa logro decirme: “estoy esperando otro bebe”. Mi cabeza no procesó la frase. No podía ser, era una broma. Le dije que no jugara con eso, que no podía ser posible. “Si no me crees puedes ir a ver la prueba” fue todo lo que me pudo decir.

Baje corriendo a ver la prueba, un balde de agua fría no fue nada a la sensación que sentí al ver la prueba positiva. ¿Cómo era posible que ahora fuéramos modelo de fertilidad? Sofía nos había costado casi dos años de tratamiento médico de fertilidad, Valeria sin tratamiento había tardado 6 meses en venir y ahora estábamos en una circunstancia tan adversa y aún más con las precauciones que habíamos tomado, que era imposible que estuviéramos esperando otra vez. Pero Dios tenía la razón.  

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Unos días después del fallecimiento de Valeria buscábamos nombre para nuestra nueva bebe. Al saber el significado del nombre que nos sonaba mejor supimos que era el correcto. Ana Elisa.  Ana significa  Dios se ha compadecido y Elisa significa la ayuda de Dios.

Dios sabe lo que hemos tenido que pasar hasta este momento, el nacimiento de Valeria ha significado la tarea y prueba más difícil que hemos vivido como familia y ha sacado lo mejor de nosotros definitivamente.  Y en Elisa nos ha dado el consuelo para superar la partida de Valeria. Dios no nos ha destruido, hemos sido testigos de su infinita misericordia, una vez más.

Parte 1
http://elmauku.blogspot.com/2014/09/nuestro-milagro-se-llama-valeria.html

martes, 2 de septiembre de 2014

Nuestro milagro se llama Valeria

Un día de septiembre del 2013 empezó un viaje que nos mostraría la verdadera naturaleza del amor de padres. Ese día en un segundo, tras un largo silenció, la vida nos cambio para siempre. Nunca más la familia que formamos con Mónica sería la misma. Ese día nos enteramos que Valeria sería especial, tenía una condición congénita, su crecimiento no era normal. 


Nos devasto... destruidos y confundidos buscábamos por todos los medios despertar de esa pesadilla. No había respuesta, parecía que el camino estaba trazado. Apretamos los dientes y doblamos las rodillas, nunca en la vida mi fe había estado tan aprueba. 
¿Realmente creía en que Jesús podía sanar a los enfermos? Y no aquellos enfermos lejanos, o aquellos que cuenta La Biblia...  Necesitaba que sanara a la más cercana, a quien estaba en el vientre de mi esposa! ¿Realmente El era la respuesta ? La situación absorbió todo absoluta y profundamente. ¿Dónde estaba Jesús? ¿Dónde podía encontrarle para que sanara a mi bebe? ¿Quien podía llevarme a El? 


El tiempo pasaba y las dudas y la desesperación nos atormentaban cada día, cada minuto. Nuestra voluntad hacia lo posible por hacer flotar nuestra Fe, esa que había renacido en un retiro mientras aún éramos novios. Esa fe que muchas veces hablo a otros de los pequeños milagros y transformaciones que habíamos vivido. Esta vez no pedíamos con paciencia, clamábamos por un milagro, aquí y ahora. 





En una reunión de confirmación de diagnóstico escuchamos el trueno que rompía todas las estructuras, toda nuestra Fe. El doctor nos comunicaba que la probabilidad era altísima de que el embarazo no llegará a término y que preparáramos todo para un servicio funerario. Todo se rompía y nada había que hacer, caíamos destruidos frente a su devastadora noticia. 

La ayuda no vino de los amigos o familia cercana, ni siquiera de la comunidad a la que pertenecíamos y menos del Padre que nos conocía y que lideraba la iglesia a la que asistimos por tantos años. Ese día devastados llorábamos frente al altar de la casa, el silencio de Dios nos abrazaba y la oscuridad nos envolvía. 

¿Dónde estaba ese Dios que nos había fortalecido? ¿Por qué nos pasaba esto?... Nos entregamos a la cruz y nos respondía el silencio. 

Llamamos a una pareja de amigos que sabíamos estaban cerca de Dios como último recurso entre la desesperación que ya controlaba todo. Ese día Dios nos hablo en ellos, teníamos que luchar, creerle a Dios, creer que podíamos ver la gloria de Dios. Ellos nos dieron un ejemplo de verdadera fraternidad al unirse a nuestro dolor, al unirse a nuestra lucha. Con ellos empezamos la lucha más fuerte que enfrentamos. La lucha espiritual. En ella y por ella nos absorbió una calma y paz que no entendiamos. La fe que teníamos empezaba a afianzarse en la Roca y nosotros experimentamos la famosa paz en la tormenta. Ya no llorábamos, esperábamos con Fe, esperando que Dios escuchara nuestro clamor. Junto a ellos aprendí a ayunar, aprendí a esperar de Dios y a creer que Jesús podía hacer todo lo que estaba escrito. 

Pasábamos por la peor pesadilla que cualquier padre puede imaginar  uno de nuestros hijos no llegaría a vivir, pero estábamos en paz, incomprensiblemente estábamos en paz, ya no llorábamos desesperados y cuando las dudas nos atacaban corríamos a leer las promesas de Dios plasmadas en la Biblia. Luchamos por no tener grietas en la fe, por vivir de ella. 

No era negación como algunos nos dijeron, no era vivir pensando que no podría pasar lo que temíamos. Era creer que Dios podía, si era Su voluntad mostrarnos Su Gloria, manifestar su misericordia en nuestra bebe. 

Tres meses después de perseverar, en una madrugada de noviembre nos enfrentamos, al día del nacimiento. Yo le repetía a Mónica que ese día veríamos un milagro, y vimos uno! Era ella y su fuerza! No lo descubrimos en el momento, porque nuestra Fe y entendimiento seguían clavadas en que nuestra plegaria era idéntica a la voluntad de Dios. Sentimos el NO de Dios como nunca, desconcertados y abatidos recogimos los pedazos de vida que nos quedaban, pero el milagro estaba allí, era ella con sus limitaciones físicas pero con el Alma más pura y la voluntad más recia que yo he conocido jamás. Venía con una misión, la más grande de todas, transformar a su familia y meterla por completo en el misterio del amor. 
Nuestro milagro tenía nombre, se llama Valeria.


Esta foto fue tomada con Valeria aun en el vientre, unos 15 dias antes de su nacimiento.

Parte 2: http://elmauku.blogspot.com/2014/09/nuestro-milagro-se-llama-valeria.html